REPÍTENOS LA AURORA SIN CANSARTE.

Julio Alfredo Egea

Colección "Adonais". Madrid, 1971

El Feriante

Exilios         

 

EL FERIANTE

De acá para allá iba, se decía

el mundo es grande, hermoso...,

y miraba los ojos del cordero

arrancado a los montes, con paisajes

limpios, con verdes levantados

del corazón del agua, como un pájaro.

Los camiones de fruta, en las plazas,

que traían el alma de la tierra

en banastas celosas de arco iris,

como en rapto de urgencias hasta el hombre

cautivo entre hormigones,

escapándose aroma de algo nuevo,

de las manos de Dios en ejercicio.

Las mujeres gastadas, con sus cargas

avícolas, con gallos, con auroras,

le sonreían, llevaban

algo de mies madura entre los labios.

Corre todos los pueblos el feriante,

a su lado la vida gira, pasa

como rueda cansada, de una antigua

carreta con sudores y con pasmos,

con gozos pirotécnicos que acaban

en silencios totales y tremendos.

Sólo entonces escucha

como un rumor de miedos en la noche,

cuando se cierran las ventanas últimas

y mujeres a solas con su vientre

se buscan el origen de los llantos.

De nuevo el sol y pueblos y más pueblos

y un nuevo inaugurarse la alegría

como algo descubierto en cada instante,

como un pájaro preso

pronto a escapar, dejando entre los dedos

una huella de júbilo que pronto

será tan sólo hueco suplicante.

Esperan dianas, pasa un hombre triste,

apunta, cierra el ojo izquierdo, pone

en el gatillo toda su tristeza

y nos hace pensar que como acierte

hará temblar el mundo, pero llegan

los niños en bandada, sonríe el hombre,

el tiro al blanco vuelve a ser un juego

y arrastran el dolor los altavoces.

El feriante camina hacia la tómbola,

desmantelado hogar de los recuerdos,

con vajillas inéditas, muñecas

gastadas por los ojos de los niños;

abre sobres azules, esperando

que algún boleto diga paz, tan sólo.

Después ronda por circos, tristes sedas,

calculado disfraz para la lágrima,

maquillaje perfecto, disimulo

para cubrir antiguas erosiones.

La risa de los niños en el tiempo

es cascabel de Dios, acaso ciego

rayo de luz, contagio de los pájaros.

Aviva sus bengalas el feriante,

silba cualquier canción, toma una copa,

olvida las fronteras de la aurora.

Pero avanza la noche, repetida

mano invisible pliega la alegría,

la ciudad es un rumor de corazones;

lonas, persianas ahogan el latido;

alcobas, carromatos amortiguan

los siniestros cronómetros del hombre.

Se repite la lágrima primera.

Se repite la luz, también la sangre

volviendo a regresar de la esperanza.

El feriante es materia de una rueda

acumulando repetidos vértigos,

y llega hasta la noria solitaria,

y se sueña habitante

de un alto cangilón abandonado.

 

 

EXILIOS

 

Se repite el dolor. Es diferente

la tierra de arribada.

 

No se repite el árbol en la alberca

de la misma manera.

 

Se recuerda una acacia, una garrocha,

una pared de adobe.

Y duele la raíz cuando está fuera,

sin su guante de tierra conocida.

 

No se tuvo el relincho

del último caballo.

Se abren nuevos caminos al regreso...

Se levantan murallas en las sombras

y todo sigue igual.

 

Muchos llevan la patria en un bolsillo

de la chaqueta, a veces

la sacan y sonríen

o dejan una lágrima

plegada en el recuerdo.

 

Y de pronto tropiezan un paisaje

colocado por Dios desde el principio

para los desterrados,

un paisaje con cosas conocidas

desde una edad primaria.  

 

 

 

 

 

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Julio Alfredo Egea

www.julioalfredoegea.com