PIEL DE TORO. Julio Alfredo Egea Colección "Veleta al Sur". Granada, 1965 |
Eres de tierra, abuelo, de tierra ennoblecida;
estás en donde estabas, muy próximo al arado.
A veces no comprendo por qué llega este llanto.
Yo supe que era tu alma un salmo de calandrias.
Acudieron de pronto cien manos labradoras
para intentar taparle su llamada a la tierra.
Protestaron los trigos, que sabían tu sangre.
He venido a sentarme en tu piedra de siempre,
desde donde espiabas la flor de los almendros,
y sabías de vientos y presentías la nieve,
y entornabas los ojos con temores de escarcha.
Hoy me cruzan el pecho hormigueros de fiebre
y siento por mis venas tu sangre campesina
cabalgar alocada de soles y cosechas,
y nombro a Dios y escucho que lo nombra tu boca.
Volveré diariamente para besar los árboles,
para no desprenderme del todo de tus brazos,
para injertar mis labios en tu verdad florida
contagiando hermosura cuando bese a mis hijos.
Tendré que arrodillarme para besar la espiga,
me siento prisionero de la lluvia y el campo.
No olvido que tus manos eran de pan y acero;
tomo el pan de rodillas y comulgo tu cuerpo.
Me sentaba en tus piernas y aprendía de tus labios
la honda sabiduría que da la primavera,
el enorme misterio del germen y la fuente
desgranado en el viento por tu voz de tabaco.
Me dejas, Caballero de los Altos Centenos,
del Trigal Armonioso, de la Pobre Cebada,
tu blasón nobiliario: tu cayado y tu manta.
No renegaré nunca de la luz de tu estirpe.
Ya nunca tus pupilas con perros y besanas
tendrán la bien ganada estampa de las eras.
Eres de tierra, abuelo, de tierra ennoblecida.
Beso la tierra, abuelo. Tú eres también España.
A Miguel Hernández
Como una ola de amor, furiosa y fuerte,
en salitre y en sangre estoy contigo
y me duelen los labios cuando digo
tu nombre por la calle de la Muerte.
Aún queda mucho amor por conocerte
y tu piedra de luz buscando sigo;
la sombra de tu voz está conmigo
y espero que un balido te despierte.
Cuando digo Miguel digo raíces,
digo un largo dolor de despedida,
digo sudor y luz, tierra pisada.
Yo sé que me hablas tú, sé lo que dices.
Me cruza el corazón toda la herida.
Herido estoy mortal de tu pedrada.
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Julio Alfredo Egea