Quizá cuando en la infancia se descubrían los cielos,
y el aire quieto alzaba sus pájaros azules,
ya estaba la palabra ensayando sus formas
de volar desnudando la carne del harapo,
presintiendo ser única al sentirse elegida.
Primero de puntillas, con el miedo y el gozo
de ese niño que ensaya el andar... y de pronto
balbucea su sorpresa al encontrarse erguido.
Como al pájaro joven
que le crece su música a la par que las alas,
y en el primer arpegio de su flauta dormida
descubre el universo.
Así, soñando hacer la vida más hermosa,
intentando lograr un relato de esencias,
poniendo un nombre nuevo al alma de las cosas.
Julio Alfredo en su despacho-biblioteca en Chirivel.
Fotografía de su hija Patricia. Octubre 2014
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Julio Alfredo Egea