FÁBULAS DE UN TIEMPO NUEVO.

Julio Alfredo Egea

Colección "Universidad Popular José Hierro". San Sebastián de los Reyes, 2003

Profecía de la máquina

El cuervo albino         

 

PROFECÍA DE LA MÁQUINA

                        “El verdadero peligro es que los ordenadores se apoderen del mundo”.

Stephen Hawking

Quizá ya los robots irán teniendo 

sus reuniones secretas

cuando se aleje el ángel

de sus clases de música

-con el rostro cambiado

de muchacha violada-

abandonando el arpa

y el dardo en la  presencia

del dragón permanente. 

 

Quizá estará próxima

la zarabanda anárquica del astro

y pueda quedar roto en su materia

ese cordón umbilical que unía

al hombre con la máquina,

y la máquina sea capaz de intercambiar

el duelo de los gestos

entre sus engranajes...

 

Cuándo el momento exacto en que se fragüe

el colosal suicidio?

Quizá cuando el amor quede tan sólo

maltrecho entre las páginas

de un poema violeta

escrito en amarillo en la arena cambiante

de una playa infinita,

desde un remoto siglo sin retorno.

 

No encontrarán los seres

camino de regreso,

ni ya nunca será posible el pájaro,

ni la mano desnuda sobre la mano herida,

ni  agarrarse a una rama de paraíso,

cuando el Ordenador tenga voz propia,

salga de la oficina y del laboratorio

a decretar la Muerte.

 

Y Dios... ¿ se hará el distraído?                                                       

                

EL CUERVO ALBINO

 

Érase un cuervo albino,

se gustaba en los charcos

y al alzarse en los aires

lo amaban las gaviotas.

                                              

Decidieron los córvidos

no admitir diferencias;

persecución, graznido

de alarma.

 Las bandadas

ensombreciendo cielo,

en tácticas de ataque.

 

Solicitó clausura

en cobijos de un árbol

y fingió dulces cantos

de aves inexistentes.

Espionaje de grajos

denunció su escondite

y voló por el mundo

como inútil guedeja

de un dios desconcertado.

En la Torre de Londres

rechazó su presencia

la negritud dogmática

de siete cuervos viejos

con las alas quebradas.

Edgar Allan Poe supo

legarle una tristeza               

de luna intermitente.

Sin el disfraz posible

para un mundo distinto

acudió a los barnices

de la melancolía.

 

Cedió a los picotazos,

acabó disecado

en un museo de Boston.

 

 

 

 

 

 

 

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Julio Alfredo Egea

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