EL VUELO Y LAS ESTANCIAS. Julio Alfredo Egea Edición del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canarias. 2003 |
Cogido de la mano, en el tanteo
de cruzar una puerta,
alzado en brazos para que aprendiera
a medir el nivel de una sonrisa,
la madre, sin saberlo,
me asomaba a la vida.
Ese tiempo de niño necesita
de alrededores justos
paladeando el principio de felicidad efímera
que da una golosina.
Los puentes, las escalas, los trampolines falsos
del vivir, no podían
habitar la memoria;
desconocía el disfraz, permanecía alejado
del audaz peritaje de la máscara.
Si un niño llora en la verdad del mundo
¿cómo gira la tierra?
Si hay segadores de sonrisa ¿cómo
pueden seguir luciendo las estrellas?
Quizá la gran metáfora
que inventaron las madres
frente al temido oleaje de la vida
fue aquel patrón de traje marinero.
Hasta hoy me llega calidez de un halda.
Centinelas sus ojos, temblor de sus pestañas
midiéndome los pasos,
velándome el suspiro.
Pude flotar, volar en la ternura,
cruzar una cancela iluminada.
Hoy amanezco amando los colores
después de haber soñado que me quedaba en grises
y en negros sumergido.
Persigo al amarillo fugaz de una oropéndola
cruzando la alameda.
Desnudo una granada y sus lágrimas rojas
aproximo a mis labios.
Viajo hasta las salinas para espantar flamencos.
Recuento los azules del cielo de la tarde.
Me doy un baño de hierba e invento para el caso
un arco iris estable, decorando una danza
de refajos y sayas campesinas.
Retorno a mis cometas de vientos infantiles...
Al fin cruzo las manos,
descanso sobre ellas el gris de la cabeza.
I
Amando caminar, plenitud de cosecha
aunque a veces el tránsito
tenga azotes del cierzo
y el desamor instale en las inmediaciones
sus tapias divisorias, con vidrios en la cumbre,
en oficio de garra.
De voces nuevas hemos
llenado las estancias
cumplida nuestra cita en el rotar del tiempo.
Repetida la sangre, dando luz a la casa,
prolongando la estirpe
en un latido de hijos,
cual si fueran primeros pobladores del mundo.
Nada pudo el cansancio
de algunos días difuntos,
ni el acecho del tigre que esperaba en la niebla
un temblor desvalido.
Llevamos en la frente la señal del que cruza
la penúltima meta de un final de olimpiada.
Por eso todo es música,
y seguimos la marcha hacia palcos inciertos
donde cumplir la gloria ganada, del descanso.
La casa está madura del jadeo y la risa,
también erosionada por la lágrima.
A veces pulso, araño, acaricio paredes
escuchando que gimen,
toman tacto de piel, a veces cantan
muda plegaria o himno que compuso la vida
para que nuestros labios deletrearan milagros.
Patricia, nunca puede acabar nuestra casa
en un solar de escombros,
no existe cataclismo
que pueda derrumbar lo que alzó con el tiempo
esa luz de tus ojos.
Tiene por sus rincones
el rescoldo infinito que puso la ternura.
II
Se van cerrando puertas al sendero,
nada es del todo nada todavía.
Renuncia entre esplendor y antología,
marchamos bajo el sol y el aguacero.
La vida tiroteó nuestro lucero
perdiendo resplandores de alegría,
pero hay un florecer de cada día.
En la suma final no entrará el cero.
No quiero rimar..., bueno, seré fuerte.
La frívola palabra de la suerte
quede prendida a mi latido humano.
Nada puede igualar en los finales
al gozo -vencedor contra los males-
de envejecer cogidos de la mano.
Página Oficial del Poeta
Julio Alfredo Egea