BLOQUE QUINTO. Julio Alfredo Egea Edición de la Excma. Diputación Provincial. Murcia, 1976 |
Hoy te recuerdo aquí, junto a la esquina
que pudo sujetar tu llanto.
Eras
harapo de la magia
en aquella niñez desconcertada
de disparo y silencio.
Hacíamos cola
para el pan, y luego
cola para escuchar
la sublevada máquina
de tu pequeño corazón oculto.
Te veíamos huidizo y silencioso,
caído, humilde, pisoteado, leve;
y encendía tu pirueta
el ascua de la risa
a costa de la vida.
El bombín..., el bastón..., la profecía
manaba del sombrero.
Palpabas el embrión de la locura.
Mudo era el grito.
Y dejé de reír aquella noche,
cuando vi agonizar dos ruiseñores
en tus ojos redondos.
Vigente está tu huida
por la calle infinita,
y te veo ocultar entre el gentío
la corza de los ojos,
poniendo en las farolas
una espiral de tango.
Te he visto presuroso
en el tren de emigrantes
-transistor bajo el brazo,
azahar perdido-,
suspiros sin retorno en la maleta
y el otoño quedándose en tus manos
convertido en sombrero.
Visitas a menudo el Bloque 5º;
pruebas inútilmente
a abrir la cremallera de los gestos,
subes de tres en tres las escaleras,
sueltas en la terraza
una cometa azul para los niños,
cruzas -nadie lo advierte- con luz roja
el paso de peatones,
y flota la ciudad desconcertada
dentro de tu gran lágrima amarilla.
Se entristece la risa.
Recitaba palabras
en la parada del autobús:
Sarmientos, oropéndola, almiares, cantarera.
La gente sonreía
desconcertada.
El iba instalando
sus praderas abstractas, lentamente.
Con timidez llenaba la hora punta
de sonidos audaces
calandria, encina, recental, barbecho
que alicortaban ritmos a la prisa.
Gritaba a veces:
Ángelus, besana manijero, jornal...
Y la garganta
del bloque iba engullendo letanías
perdidas en un tiempo de rayuela.
El portero reía como un niño.
Se manifestó a veces
hombro con hombro, el grito enarbolado,
diciendo erial, aurora, hoz, sequía,
poniendo un sudor viejo en los jardines.
Un guardia le detuvo
por pronunciar palabras subversivas.
Yo lo he espiado en la noche
relente, temporales, sol, artesa
cuando fruncen su ceño las farolas
almirez, serenata, mies madura
como a un borracho triste y formidable
plantel, vereda, crines y vellones
que cuenta su cordura a las estrellas.
Recitaba palabras
como si respirara por un cráter,
por la herida de un ángel guerrillero,
por un labio de azahar, por una llaga.
Un cortejo sonoro
le seguía a todas partes, con rumores
de rama desvelada,
de brazos segadores y de pájaros.
Cuando murió, como un viento invitado,
de puntillas quizá, como un aroma,
tuvo tierra llovida.
Página Oficial del Poeta
Julio Alfredo Egea