LA CALLE.

Julio Alfredo Egea

Colección "Veleta al Sur". Granada, 1960

Nº 3

Nº 5         

Nº.3

Largas salas y muerta en las esquinas

la risa de otros tiempos.

El alcanfor nos habla de la muerte

y cada silla espera a un hombre joven

que venga de sudar cortando un árbol.

 

Número tres, aquí vive la enferma;

pasad ligero, sin manchar el viento.

Se alimenta de lirios imposibles,

secos entre las páginas del Kempis,

ensueños colecciona en las ojeras,

sólo un palmo de vida en los espejos.

 

Venas amordazadas, sangre lenta,

en procesión de glóbulos cansados,

ensayándose un réquiem entre toses.

Nadie respira fuerte en esta casa,

que no os engañe el pan sobre la mesa.

Todo son largas salas de silencio.

 

La enferma arrastra a veces su sonrisa

por un bello jardín inexistente,

con explosión de chorros y de rosas.

La enferma besa siempre las postales

con hombres con la vida bien sujeta,

después limpia el cartón con el pañuelo.

 

Afuera está el caballo y las hormigas

con todo el sol colgado de los ojos.

Yo empujaría una estrella hasta la alcoba.

Yo plantaría un pinar en cualquier sitio.

 

Nº.5

En la fachada ha puesto Dios su dedo,

por eso el amor sale por la puerta

y flota una sonrisa trajinera

con desnudo perfume de mazorca.

 

Venid hombres del labio repartido,

hombres de la ternura alicortada;

aprended a cortar el pan mil veces.

 

El hombre tira amor hasta en el campo;

le nace en la corteza de las botas

y le vuelve a nacer en el sombrero.

Cuando pasa a la cuadra lleva siempre

un humo de belenes en los dientes,

y la parida yegua con los ojos

le rapta enamorada la estatura.

Los bueyes se sacuden, perezosos,

una lenta lujuria arrebatada,

repartida en la cresta de los gallos.

El hombre huele siempre al heno tibio

nacido del aliento de las bestias.

La mujer -lino y savia de naranjo-

coronada de chorros antiquísimos,

colocando bengalas por la casa.

Vientre gastado de sudar los hijos.

Sus manos son la seda necesaria.

Olor al trigo virgen de la hogaza,

íntima sinfonía de porcelanas,

amorosa tutela de las trojes.

 

Los hijos van y vienen, salen y entran,

suben, bajan, caminan, cortan, siembran,

llaman, suplican, aman, aborrecen,

chupan al sol su gajo de gigante,

afeitan el mentón de la montaña,

no le niegan su sal a los barbechos.

 

Esta casa es un yunque enamorado.

Dios penetra despacio por sus puertas

 

 

 

 

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Julio Alfredo Egea

www.julioalfredoegea.com